Mañana de domingo


Era domingo por la mañana, todos habían ido a misa, mientras yo me había quedado para adelantar tareas y la verdad no estaba de ánimo como para salir ese día. Todo transcurría normal; resolvía mis problemas de matemática como la profesora nos había explicado en clase, estaban fáciles y yo los entendía muy bien.

De repente, de la calle, vino un ruido, apenas podía definir qué era, me asomé a la ventana pero no vi nada, así que continúe con los ejercicios. Más volví a escuchar el ruido, mi curiosidad decía que me asomara  pero decidí combatirla y seguir haciendo mi tarea. Por más que decidí luchar algo en mí se agitaba, necesitaba pararme, tenía que averiguar que averiguar que era ese ruido y de dónde provenía. Así que vencida por mi curiosidad me asomé a la ventana pero como la vez anterior, no pude divisar nada.

Resignada a no poder saber que era, me volví a sentar; cuando me dispuse a continuar, el ruido se estaba acercando, poco a poco se iba convirtiendo  en una melodía, algo dentro de mí sentía que era conocida, me causaba alegría, me hacia recordar algo que hace mucho había visto pero no sabía qué. Ilusionada, ya no me asomé por la ventana sino que salí corriendo hacia la calle, desde allí pude ver a un grupo de personas que se acercaban.

Entre ellos pude divisar a un señor muy alto, tal vez uno de los más altos que alguna vez haya visto pero me preocupe por él, desde allí se veía muy flaco, tanto que sus piernas parecían de palo; me preocupó que se pudiera desmayar del hambre. Detrás de él venía una chica muy hermosa, al igual que sus vestidos, pude notar que era muy amada por aquellos que la acompañaban, bailaba al son de la música, sus pies se elevaban en el aire y a veces, por unos segundos, tenía la sensación de que volaba. Ella no era la única que me inspiraba magia, con ella un señor que con sus ropas y gestos no me dejaban parar de reír, algo en él me inspiraba está risa incontrolable; musarañas y tonterías me hacían desear que nunca acabara. De repente esa magia se esfumó y fue transformada por miedo y una gran curiosidad pues aparecía un señor que de cuya boca salía fuego, era aterrador pero se tornaba en algo mágico,  viéndolo por mi cabeza cruzó la idea de dejar de comer comida picante, para evitar el fuego en mi boca.

Todos esos maravillosos personajes daban vueltas en mi cabeza y fue en ese momento que descubrí que era el circo que llegaba a la ciudad y no podía esperar para poder ver la función.  

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