Hilar

Llevo varios días intentando escribir algo, existe un número considerable de borradores, y después de empezar a escribir, pierdo el hilo o al releer, ya no tiene el mismo impulso ni sentido, entonces me detengo. Y ahí se quedan mis palabras.

Quiero escribir sobre muchas cosas, entre ellas sobre mi primer año completo aquí en México, o sobre la nostalgia, que no me abandona y mucho menos a la hora de unir palabras, o sobre soñar, o sobre la belleza y la feminidad, pero como lo dije en algún otro lado, mi escritura a veces es efímera, escribo en mi cabeza y luego olvido el ensayo. Con los temas anteriores me pasó, los redacté para después y luego no los transcribí y ahí quedaron.

Pero esto no es sobre eso, es sobre cosas que quiero escribir, y quizás me dedique a hilar ideas sueltas porque sino, quizás no escriba nada y necesito hacerlo. Así se ordena mi cabeza y por eso también este blog de cursilerias se llama así. 

Hoy descubrí que me conmueven los acentos, vi una historia de instagram de una persona en una conferencia y el presentador, era un señor con acento rolo y mi corazón se conmovió, no por las palabras, porque era una conferencia sobre turismo responsable en Colombia, si no por su acento. También me pasó con el Tiny Desk de Rawayana, cuando su vocalista dice "tequeños de coco de la tía Coro". (Pueden escucharlo aquí para que escuchen junto a mí de lo que hablo). Y aunque en este caso, el acento no es colombiano, sino venezolano, es el sur de américa y somos vecinos, así que tiene el mismo efecto. Al final, pienso en un tía Coro que hizo tequeños para su sobrino que iba a cantar. Entonces, aquí el acento y las palabras me conmueven por igual. 

El acento habla del lugar de dónde vienes, me ha pasado que me cruzo con colombianos mientras paseo con Diego y me emociono, aprieto su mano, en señal de dicho acontecimiento, nos miramos, confirmamos y seguimos el camino. -Mira, pertenecen al lugar de dónde vengo-. 

Pero yo no causo ese efecto. Si no lo menciono, paso desapercibida. Quizás por eso me conmueve el de otras personas, porque el mío se camufla y se adapta. O simplemente es una mezcolanza que ya no tiene ni pies ni cabeza. Soy y no soy. 

Soy porque lo dice un papel, porque ahora hago arepas para asimilar la distancia y volver a los lugares que conozco, porque allá está mi familia y amigas, porque eso es migrar, una suma de partes de las que no te desprendes. 

No soy porque no tengo algo que lo señale, que me identifique como "x". No es evidente ni definido. Y es como el árbol que cae y que nadie escucha ¿En verdad cayó?

Y en esta mezcolanza me encuentro olvidando palabras y usando otras que al comienzo me parecían horribles. El lenguaje muta naturalmente y se adapta pero en el proceso y el descubrimiento del proceso hay cosas que no quiero olvidar ni perder porque hacen parte de mí. ¿Me aferro o dejo fluir?

Mi hermana me envió un audio está semana y su comentario final fue: "Estoy pensando que son palabras muy colombianas (Usó guiso y mazacote en una oración)". Yo agradecí que las usara porque ya no hacen parte de mi cotidianidad y es lindo escucharlas. Así, las palabras se parecen a un recuerdo.

A veces tengo la discusión porque uso palabras colombianas, que me salen naturalmente porque han estado ahí toda mi vida, y no me entienden o saben a qué me refiero. Entonces, aunque el fin de las palabras, es la comunicación, yo entro en la diatriba de seguir usando las palabras que conozco o ceder y cumplir con ese propósito. Para fines prácticos, la respuesta es obvia, pero yo que me aferro me quedo dando vueltas, porque no quiero perderlas. 

Cedo mi lenguaje para ser entendida. Muchas veces, sin darme cuenta. Ya no digo caneca, sino bote de basura. Ya no digo gaseosa sino refresco y así con más palabras que no tengo en el radar en este momento. 

A veces finjo mi acento, un rolo, que no sé hasta que punto es verídico. Como si fuera un disfraz, lo uso en las fiestas o para molestar a mi mamá. Un día me despierto y fluye, entonces aprovecho y envío audios por whatsapp para que quede evidencia de que tengo acento. Fingido pero existente.

Y últimamente cuando regaño al gato, mi voz usa ese acento, no lo finjo, solo sale.

-A ver Mazapán, que le dije yo. Hágame el favor-. 

-Oiga, pero le dije qué no hiciera eso-.

-Coja oficio-.

Regaño en colombiano y cuando me descubro, me rio y me abrazo.

Sin quererlo y sin pensarlo soy esta mezcolanza bonita, digo yo.

Me sorprendo y me regalo un pedazo de casa, que a veces hace falta, y no quiero decir que México no lo sea, tampoco es queja, solo es algo que vengo observando y sintiendo, que se detonó con los acentos y que tenía que decir.



Comentarios

  1. La caneca y la gaseosa se pueden perder, pero el coja oficio, el recordar el bocadillo, recordar el arequipe y tener que explicarles a ellos que es básicamente cajeta 🙂.... Sigue siendo chévere Jenny saludos desde Colombia, de tus hermanitos de Medellín

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